Animado por su progreso, el
caballero hizo algo que nunca antes había hecho. Se quedó quieto y escuchó el
silencio. Se dio cuenta de que, durante la mayor parte de su vida, no había
escuchado realmente a nadie ni a nada. El sonido del viento, de la lluvia, el
sonido del agua que corre por los arroyos, habían estado siempre ahí, pero en
realidad nunca los había oído. Tampoco había oído a Julieta, cuando ella
intentaba decirle cómo se sentía, especialmente cuando estaba triste. Una de
las razones por las que había decidido dejarse la armadura puesta todo el
tiempo era porque así ahogaba la triste voz de Julieta.
No hay comentarios:
Publicar un comentario